Ventanas clausuradas

Leo El periodista deportivo, de Richard Ford. El tono de la narración me abre inesperadas tangentes emocionales, ventanas clausuradas por motivos de supervivencia. Me cuestiono un momento sobre si vale la pena transcribir lo que vislumbro en esas ventanas. Decido que no, que no es tiempo, que el dolor supera a la razón. Suena el aviso de mensajería de mi celular. El mensaje es de Lorena. Dice que me extraña, que va en un bus camino a Corrientes, mirando la luna llena por la ventana y recordando nuestra breve vida juntos.

No te lo tomes tan en serio

Junto a los muros abandonados crece la hierba con particular entusiasmo. La naturaleza recobra su lugar, entreteje mantos de enredaderas y cobija en lo posterior lo que otros desecharon.

Intento conversar con los ancianos en cada lugar. Es algo que hago espontáneamente, que he hecho siempre, pero que antes no racionalizaba.  De los jóvenes o adultos no tengo tanto que aprender como de los ancianos, de sus infinitos tropiezos, de sus añoranzas, del estibamiento de sus pasiones, de su templanza, de esa mirada mansa que agradece a la vida, y que ante sus ojos puede llamarse Dios o naturaleza o ni siquiera tener un nombre muy definido.

Con los ancianos me siento a gusto y siento que ellos se sienten a gusto conmigo. La vidas, miradas en retrospectiva, como un recuento final, no esconden la dureza del camino, pero a menudo están exentas de rencores y revanchismos. Los enemigos han sido perdonados y las circunstancias casi siempre comprendidas. Incluso los grandes dramas se rememoran con una sonrisa. Algunos ancianos tuvieron aventuras arriesgadas, amaron y odiaron, tuvieron parejas, hijos, nietos, logros, fracasaron en negocios, fueron asaltados, cometieron tropelías, engañaron, actuaron a veces con honestidad, fueron estafados, y sufrieron cientos o miles de humillaciones, tantas que la memoria nunca desea recordarlas todas...

Algunos estudiaron por las suyas, otros no pudieron asistir a ningún colegio, eran los tiempos, antes sí se pasaba hambre, se vivía descalzo, y los que fueron adinerados, pues tuvieron también sus soledades e incomprensiones, sus vidas tristes, llenas de convenciones; los que fueron vagabundos sienten sus vidas multiplicadas, y nada recuerdan con pena, sino más bien con orgullo y picardía. De alguna forma le ganaron a su circunstancia, a las creencias impuestas, al orden, a la severidad social, contemplaron auroras boreales, cráteres activos, cánticos budistas y amaneceres marinos. Vieron nacer y morir tantas flores que saben que la vida siempre es así y que los humanos renaceremos tarde o temprano como amapolas o cactus.

El consejo que siempre susurran: sonríe, no te lo tomes tan en serio, disfruta cada segundo, y nunca te fíes de los políticos, ni de los ricos, ni menos aún de los que quieren ser ricos.

Fotografía: © Lorena Romina Ledesma


Sobre prejuicios y escaneos literarios


Los prejuicios son especies de virus que se incrustan en la razón y la vuelven errática, torpe, ciega e injusta. Es difícil deshacerse de ellos, a veces siquiera captarlos. Pero conviene respirar hondo y emprender la gran batalla de su exterminio. Es necesario arrinconarlos, desnudarlos, enrostrarlos, avergonzarse de ellos.

He convivido con abundantes prejuicios. A veces incluso de manera consciente. Algunos los he heredado, otros se me adosaron en el camino. En numerosos ocasiones me han servido para acorazar mi artillería, para hacer daño gratuitamente, o bien para defenderme.

Pero llega un momento en que miras hacia atrás y no te sientes orgulloso de esos incidentes, percibes el sinsentido de ser injusto con otros, o de participar en grupos que promueven formas de discriminación e injusticia. Y entonces decides reformatearte, y armarte de un poderoso antivirus que te limpie a tí mismo de tanta porquería prejuiciosa, aunque en cierta medida quedes desguarnecido.

Sin embargo, como escritor persisten en mí todas estas mañas, y en mis escaneos literarios de personas o grupos las cosas no apuntan hacia la corrección de las formas, sino todo lo contrario. Los escaneos son certeros en desnudar la condición humana, y allí los prejuicios se sobreponen. Si le aplicara un antivirus al escritor, mis letras parecerían espigas vacías o mariconaditas de gurúes de autoayuda.


Como enamoradas o locas

Caen pétalos rosados como llovizna festiva. Son las arlequinadas del viento agostino. Pasan a vender maíz a quince mil pesos el saco. Negociamos hasta quedar en catorce. No importa que lo pague más adelante. Agosto es el mes en que las gallinas despiertan como enamoradas o locas y se largan a poner tras el desayuno. Merecen por tanto una recompensa, un manjar extra a la aburrida avena mojada y el trigo chancado.
Gallinas rubias, cenicientas y coloradas hacen fila frente a los nidales de paja. Respetan su turno, salvo alguna altiva castellana que se abre paso a picotazos. Los gallos son mesurados con sus esposas ariscas e intentan mediar paternalmente, pero poco caso les hacen.
La tarde aún tan corta despliega su bruma azulada sobre los cerros. Delgadas humaredas plateadas ascienden hasta disolverse entre los cirros. Los nidos exponen el fruto de una jornada. Huevos marrones, celestes, verdeados, veroneses y esmeralda. Las gallinas mapuche ofrendan su gama irrepetible de colores oyendo las rancheras tristes que emanan de los aserraderos.



Fotografía 1: "Duraznos en flor". © Lorena Ledesma
Fotografía 2: "Gallinas de Roble Huacho". 
© Lorena Ledesma

Emisarios de la primavera

Sol y puelche en el valle. Florecen albaricoques y aromos. Desde el jardín los botones de camelias se expanden como luces rojas de un lenocinio celestial. Hoy leeremos a Bret Harte, Panait Istrati y Vicente Pérez Rosales. Al primero se le considera el padre de los criollistas latinoamericanos, aunque por ahora me interesa sólo como narrador, como hilvanador de frases limpias de grasa. Por cierto, era un buen titulador. Quien sino él podría llamar un  relato De cómo San Nicolás llegó a Simpson's Bar. Panait Istrati no necesita adjetivos ensalzadores. El era un dios plebeyo, un unificador espiritual de la humanidad. Y Pérez Rosales no lo hacía nada de mal contando sus patiperreos por la vieja California, viajando de polizonte hasta Brasil o arrancando de las balas gauchas en la Patagonia. Será una noche larga de luna menguante y sombras tenebrosas bailando foxtrot. 

Banalidades de la lengua

Eso es. Una palabra tras otra, como un paralítico que ha creído en un milagro. Las borracheras no pueden durar para siempre. Pone cursillas y ensaya buenos diálogos. Sé que no crees en ellos. Piensas que los diálogos son rellenos insustanciales, que nadie escucha, ni los personajes. Las personas hablan generalidades para escucharse a sí mismas. Y a veces ni eso, como mecanicismos retóricos de un loro retardado. Puedes intentarlo igual. Banalidades de la lengua. Si no empiezas no acabarás nunca. Así como vas, terminarás como Hemingway, con un escopetazo bajo un Ketchum algo distinto, pero sin huellas escritas, sin nobel, sin respeto y sobre todo sin satisfacción. Teclea la a. Hazlo, no cuesta nada, aaaaa. Abeto, abanico, albatros, ánade. Ahora que has empezado, forma una frase. Por ejemplo. Ánades y albatros se abanican bajo un abeto. ¿Ves que no es difícil? Así se apisona el primer sendero al nobel. No te rías, sé que te importa un huevo ese premio. Y ya deja de beber, hijo de puta. De verdad me exasperas.

La hora del loly

La hora del loly. Ni un miserable perro que le ladre a la noche. Las camboyanas exhaustas huyen de mi mente. El mate se ha volcado. La chimenea bosteza. Los queltehues se exaltan. Sombras extranjeras ingresan al potrero. Se escuchan escopetazos, venias de muerte del altísimo, conejos que no alcanzaron a huir.






Pintura: Sergey Marshennikov

La bestia mapuche

Ganen o pierdan frente a Brasil, los fieros dirigidos de Jorge Sampaoli se han ganado un lugar destacado en la historia del fútbol chileno. Juego colectivo, rapidez, carácter, por primera vez contamos con una defensa que se hace respetar. La historia, que tanto daño le hace a las piernas de los equipos sin demasiadas medallas, parece haberse abolido dentro de la cancha. Los muchachos juegan a ganar, como si cada partido fuese una final del mundo anticipada. Es cierto que les falta cierta precisión en los pases y mantener el control del balón, pero todo se corrige en el camino. Vale la alegría, la expectación, el entusiasmo que se apodera de un pueblo habitualmente gris. Los chilenos detienen sus labores y se instalan frente a la pantalla, comparten una cerveza, un choripán, garabatean al árbitro y hacen apuestas infantiles, mientras los indomables mapuches hacen sudar la gota gorda a los rivales. Para ellos la pobreza ya es un sueño lejano, una nostalgia triste de canchas de tierra, madrugadas, estómagos vacíos y abandono. Hoy se solazan en sus lujos extravagantes como niños traviesos. Un Xbox los entretiene más que un Ferrari, las chicas en bikini les arquean sonrisas de adolescente manflinflero, apenas diccionan respuestas ante las cámaras, no saben de muchas cosas, pero hacen pronósticos sensatos y evitan mostrarse como divos. En el camarín y en la cancha se sienten a gusto. Aún no hay tiempo para dimensionar el resto, la fortuna amasada, la fama, la marca de zapatillas promocionada, la idolatría de millones de pequeños que sueñan el mismo sueño, ese que sólo alcanzará uno entre cien mil. Pero mientras se intenta cada alegría tiene su sentido, es el tránsito lo que importa, el dominio, el dribleo, la hermandad en la cancha. Los pequeños no saben (no tienen ni para qué saberlo) que ese bello juego sobre perseguir un balón fue apropiado como un gran negocio de transnacionales, de grandes mafias, de rufianes inescrupulosos, de apostadores billonarios; esos pequeños no saben que ese amado deporte es el opio capitalista por excelencia, la religión más apropiada, de última generación, para desviar la atención de los abismales aprovechamientos e injusticias en que nos hundimos cada día.

Guerrilla sutil

Hoy vi loicas sobre el barbecho. Eran decenas, quizá cientos, como guirnaldas rojas que se deshacían con cada estampida. Desde muy temprano las nubes se atrincheraron a baja altura decretando la imposibilidad de un arcoiris. Romina se levantó tarde. Tras ducharse desayunó café y tostadas con mermelada de mora. Luego salió al campo a fotografiar pájaros invernales. Anduvo silenciosa aunque amable. Respondía con corteses monosílabos. Tras un almuerzo frugal fue al pueblo a comprar paltas y queso para la once mientras yo terminaba de reparar un cerco volteado por el último temporal. 

Anoche bebimos tinto junto a Samuel y Valentina. Llegaron como a las diez, cubiertos con gorros rusos, guantes polares y botas todoterreno. Afuera la temperatura rondaba los cero grados, pero adentro manteníamos encendida la cocina a leña, las teteras hervidas para el mate y el café, los galletones y maníes sobre la mesa y el navegado a punto para los más beodos. Romina y Valentina competían soterradamente por ser la más sexy de la velada, la más inteligente, la más deseada, la acaparadora exclusiva de la atención de los machos. Ambas con licras invernales ajustadas, ojos pintarrajeados, aros gitanos y pasitos de Gatúbelas en celo mantenían al rojo su guerrilla sutil. Al final perdieron las dos porque los machos éramos muy borrachos y preferíamos descuerar las muletillas de Zizek en torno al amor o analizar las últimas jugadas mundialeras.

En algún momento leímos poemas de Claudio Bertoni. Más bien los balbuceamos, o quizá nunca lo hicimos. Sé que hubo desacuerdos interesantes, roces eróticos, porros bien armados y besos sin luces. La noche no tenía grillos, aunque sí gallos insomnes que cantaban entre cada pesadilla. No sé si amanecí con Romina o Valentina. Estaba aún oscuro cuando me levanté para atender a los animales del establo.

Imagen: Bernard Buffet

Dictadura momia


Respecto al permanente debate en torno al nombre oficial que se le debe conferir al período pinochetista, propondría la idea de una dictadura momia. Es decir, algo así como un estalinismo inverso. La vieja oligarquía restaurando su dominio a sangre y fuego, valiéndose del sabotaje económico, la manipulación de la prensa y el aporte generoso en recursos por parte de Estados Unidos. Los milicos, por su parte, fueron sólo sus perros de presa, palitroques cuadrados de pies a cabeza, que no sabían de economía más de lo que sabe un gato acerca de una licencia de conducir, ni impusieron un dominio cultural perdurable (probablemente ni siquiera sabían de qué se trataba ese asunto), sino que fueron mocitos de los mandados de los grandes propietarios y defensores ciegos de las ideas conservadoras que han transversalizado gran parte de nuestra historia patria.

Esencialidades

Ficción conceptual, brevitudes a la deriva, mugidos de vacas tristes, haikus narrativos, advertencias encriptadas, orgías de vocales abiertas, rarezas de dudosa procedencia e incierto destino. Todo es demasiado breve o naturalmente fugaz o inconscientemente acotado en mis letras. Una digresión es sólo un pestañeo, la erudición una burla del conocimiento. No entiendo cómo es posible escribir un texto largo si en una simple línea creo poder expresar lo esencial.

Sonetos para Estrada Cabrera

Miguel Angel Asturias se refiere a los pasos de Rubén Darío en Ciudad de Guatemala. El presidente Estrada Cabrera, su viejo enemigo, lo había llevado desde Nueva York, donde agonizaba, y le había cancelado sus cuentas, a instancias de Santos Chocano, ese poeta errante, panegirista de dictadores variopintos, que transformó la lamedura de suelas en un arte poético. Santos Chocano, como consejero comercial y político, organizaba las Fiestas de Minerva de tal manera que el bienamado presidente apareciese ante las multitudes mucho más inteligente de lo que en realidad era. Pero volvamos a Rubén Darío. Su salud ya estaba quebrantada y se desvanecía en un céntrico hotel, rodeado de poetas menores, soñando con la reina Margot o la duquesa Eulalia. Cada día, Santos Chocano intentaba sacarle unos sonetos de elogio a Estrada Cabrera, pero el nicaragüense rehuía la ingrata responsabilidad emborrachándose con champaña.

Páramos narrativos

Mientras escucho Imitation Of Life, de REM, me da por pensar en mis propias narraciones despobladas de personajes, como páramos rojizos de marte, llenos de piedras como adornos fotográficos y no como armas, como baches, como destinos rotos.

Crash

Mi sensibilidad tuvo un accidente de tráfico y está malherida. Las palabras quedaron esparcidas, irreconocibles.













Imagen: Jackson Pollock
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