Invierno tardío

Granizadas intermitentes. Lluvia de  madrugada. La tetera hierve. Preparamos té negro mientras se tuesta la marraqueta. Chirria el queso derretido. El queque de naranja sabe a nostalgia noventera. El viento sur se cuela por las rendijas de la madera vieja. Trabajamos hasta que amanece. Corrección de novelas. Notas periodísticas. Arbitrariedades narrativas. Recreos con Bashevis Singer. Las montañas lucen su albornoz de nieve azulada. Antes de dormir bajamos al río Ñuble. Tatón enloquece de felicidad. Reescribimos la historia caminando sobre la hierba mojada. Las huellas de conejo distraen a Tatón. Disipamos las odiosidades políticas con un buen mate. Oímos el río. Su murmullo enfático nos ayuda a ordenar ideas, a abrir perspectivas. No hay almas a la vista. Grandes charcos reproducen un cielo nuboso. Manchones amarillos alfombran el lodo. El invierno tardío no tuvo compasión con los aromos en flor. 

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