Puelche


El puelche invernal que baja por los cajones cordilleranos es un viento gélido que doblega el ánimo y maltrata los arbustos. Trae recuerdos de nieve y soledad, de apacibles zorros mirando desde las cuevas y pumas famélicos saboreando hojas de coigüe. Suele voltear albaricoques o quebrar grandes ramas de encino sobre los cables eléctricos que luego nos dejan a oscuras.
Solía pasarnos hace 35 años, cuando cursaba mi primaria en San Fabián de Alico. Se nos cortaba la luz y las clases continuaban en penumbras, a 5 grados bajo cero, con la mitad de los estudiantes mojados, embarrados o descalzos. La rutina colegial se mantenía imperturbable. Los muchachos y muchachas que vivían a decenas de kilómetros llegaban a clases caminando, sin atrasarse un minuto. Nadie faltaba. El único premio era un tazón de leche y una galleta dura a las diez de la mañana. No eran tiempos para quejarse.

Pintura: Viento Puelche, Ulises Vásquez

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